Teoría fijista: orígenes, historia y declive del fijismo

Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha observado la naturaleza con asombro y curiosidad, intentando comprender cómo y por qué existen las variadas formas de vida en nuestro planeta. La manera en que se interpretaba esa variedad determinaba en gran medida la visión que se tenía del origen y la permanencia de las especies en la Tierra. En este contexto, surge la teoría fijista, una concepción que sostiene que las especies son inmutables, creadas en su forma definitiva y sin cambios significativos a lo largo del tiempo. Este enfoque se convirtió en una de las ideas dominantes durante siglos, influenciando tanto la ciencia como las creencias religiosas, hasta que fue puesta en duda y, finalmente, desplazada por las evidencias que respaldan la evolución.
El fijismo fue alimentado por la interpretación literal de textos religiosos, en particular, por las ideas que se derivaron de la Biblia y de otras escrituras sagradas. Desde esta perspectiva, las especies fueron creadas directamente por un ser divino en un momento determinado y permanecen prácticamente iguales desde entonces. La historia del fijismo está marcada por una fuerte resistencia a las ideas que proponían cambios o transformaciones en las especies, incluso ante las pruebas fósiles y los descubrimientos científicos. Sin embargo, a medida que la ciencia avanzaba, especialmente en el siglo XIX, las evidencias en favor de la evolución comenzaron a poner en tela de juicio este paradigma, dando paso a una nueva comprensión del origen de la vida en nuestro planeta.
A lo largo de las siguientes líneas, exploraremos los orígenes de la teoría fijista, su desarrollo a través de la historia, las figuras clave que sostuvieron esta postura, y las razones que llevaron a su declive en el contexto de la ciencia moderna. También analizaremos las repercusiones culturales, filosóficas y religiosas que tuvo esta visión en diferentes épocas, así como la persistencia de ciertos grupos que aún defienden un enfoque fijista, aunque carente de respaldo científico. La revisión de estos aspectos nos permitirá entender cómo se formaron las ideas que durante siglos influenciaron la manera en que la humanidad concebía su relación con la naturaleza y la vida en la Tierra.
Los orígenes de la teoría fijista
Los inicios del fijismo están profundamente ligados a las interpretaciones religiosas y filosóficas que predominaban en las sociedades antiguas. En la antigüedad, muchas culturas veían en la naturaleza un reflejo de lo divino, y por tanto, las formas de vida que allí habitaban eran consideradas como creaciones perfectas e inalterables. La creencia en un orden divino que establecía la existencia de especies permanentes fue adoptada y reforzada por las principales religiones, en particular, por el cristianismo, el judaísmo y el islam, cuyo texto sagrado —la Biblia— describía la creación del mundo y las especies en términos de hechos históricos y literales.
La influencia de estas creencias religiosas en el pensamiento occidental fue determinante para que, durante siglos, prevaleciera la idea de que las especies no cambian, sino que han sido creadas en un estado fijo y perfecto. La idea de una creación divina en siete días, como se relata en el Génesis, sirvió como base para justificar la permanencia de las especies tal cual fueron creadas en el principio. En este marco, no existía una necesidad intrínseca de pensar en transformaciones o en un proceso dinámico que alterara el equilibrio de las formas de vida existentes, sino que se asumía que el orden era perfecto y, por ende, inmutable.
Este pensamiento también fue reforzado por los conocimientos limitados de la época en cuanto a la observación del mundo natural. La ciencia, en sus primeras etapas, estaba más vinculada a la filosofía natural y la teología que a la evidencia empírica rigurosa. Los naturalistas más tempranos buscaron clasificar las especies tal cual estaban, sin dudas sobre su permanencia, y esto llevó al desarrollo de sistemas taxonómicos que pretendían reflejar el orden divino en la naturaleza. La visión de un mundo en el que las especies permanecían iguales desde el momento de su creación fue naturalmente aceptada, ya que parecía coherente con la fuerte tradición religiosa y cultural que promulgaba que la creación era perfecta e inmutable.
Sin embargo, en ese momento, las evidencias científicas contrarias a la teoría fijista aún eran escasas y, en muchos casos, ignoradas o interpretadas de manera que confirmaran esta visión estática. La acumulación de fósiles y otros hallazgos en los siglos XVI y XVII comenzó a plantar dudas sobre la idea de que todas las especies eran eternas e inmutables en su forma. No obstante, fue hasta principios del siglo XVIII cuando el fijismo se consolidó como una filosofía dominante, prácticamente sin cuestionamientos, en gran parte debido al apoyo de las instituciones religiosas y académicas de la época.
La consolidación del fijismo en la historia de la ciencia

Durante el siglo XVIII, el fijismo alcanzó su mayor auge y se convirtió en la postura aceptada por la mayoría de los pensadores y científicos. La creación divina y la inmutabilidad de las especies se consideraban principios incuestionables, que servían como bases tanto para la religión como para la ciencia natural. Los naturalistas de la época se centraron en clasificar y describir las especies con un enfoque que evidenciaba su existencia como entidades fijas, cuidadosamente organizadas en sistemas jerárquicos que pretendían reflejar el orden divino del universo.
Uno de los principales defensores del fijismo fue Carl Linnaeus, también conocido como Carlos Linneo, quien desarrolló la taxonomía moderna y planteó un sistema de clasificación binomial que todavía usamos en la actualidad. Linneo no sólo buscaba ordenar los organismos, sino que desde su perspectiva, cada especie había sido creada en su forma perfecta y mantenía esa forma a lo largo del tiempo. La clasificación linneana reflejaba, en gran medida, la creencia en un diseño inteligente y un orden divino que no permitía variaciones esenciales en las especies.
Junto a Linneo, figuras como Georges Cuvier jugaron un papel importante en la consolidación del fijismo en la ciencia. Cuvier propuso la teoría del catastrofismo, según la cual los cambios geológicos y los fósiles encontrados eran producto de catástrofes que destruían especies existentes y no de una transformación gradual. Para él, los fósiles representaban animales extintos que alguna vez habitaron la Tierra, pero estos desaparecían con cada catástrofe, lo que reforzaba la idea de una tierra en la que las especies no evolucionan, sino que simplemente ocurren cambios abruptos y ocasionales, sin alterarlas en su esencia.
El fijismo también se apoyaba en la interpretación literal de los textos religiosos, particularmente, en la Biblia. La idea de que Dios creó todas las especies en un estado perfecto en un tiempo específico llevó a que muchos naturalistas rechazaran cualquier concepto de cambio evolutivo como una amenaza a la autoridad divine y a la legitimidad de las escrituras sagradas. La evidencia fósil, por pequeña que fuera, era vista como prueba de criaturas antiguas que ya no existían, en lugar de indicios de transformaciones que ocurrieron a lo largo del tiempo. La visión del mundo en que vivimos se ajustaba, en ese entonces, a una concepción estática y ordenada por la voluntad divina.
A pesar de esto, el fijismo estaba en crisis incluso en esa época, ya que algunos científicos y naturalistas comenzaron a notar anomalías y a desarrollar teorías que, aunque todavía no completamente evolutivas, sugerían una concepción más dinámica del mundo natural. Sin embargo, la mayoría de los esfuerzos se dirigían a reafirmar el orden establecido, argumentando que cualquier cambio observable era superficial o resultado de catástrofes temporales. La resistencia a aceptar transformaciones en las especies fue una de las características más distintivas de esta etapa, ya que iba en contra de los avances que empezaban a surgir en anatomía comparada, paleontología y otras disciplinas.
Los avances en paleontología y los cuestionamientos tempranos
En el siglo XIX, la llegada de la paleontología, junto con otros avances científicos, comenzaron a ofrecer evidencia que ponía en entredicho la idea de que las especies eran inmutables. Los descubrimientos de fósiles, particularmente en Europa y América, mostraban formas de vida que ya no existían y que tenían distintas características comparadas con las especies actuales. Estos hallazgos generaron un interés renovado por comprender el pasado de la Tierra y cuestionaron la rigidez del fijismo.
A pesar de esto, muchos naturalistas resistieron aún el cambio de paradigma. La interpretación predominante seguía siendo que las especies eran formadas por un acto divino y que cualquier presencia de fósiles representaba formas extintas por catástrofes o por ciclos que no implicaban alteraciones fundamentales de las especies en sí. Sin embargo, algunos científicos comenzaron a plantear hipótesis que sugerían que las formas de vida podían haber cambiado con el paso del tiempo, aunque estas ideas todavía estaban en un estadio muy preliminar y a menudo vinculadas a concepciones panteístas o a la noción de una Tierra en proceso de cambio constante.
Uno de los grandes impulsores de las investigaciones evolutivas en ese momento fue Georges Cuvier, quien defendía la idea del catastrofismo y rechazaba la evolución, pero reconocía que el registro fósil mostraba una historia de especies extintas que evidenciaba cambios en el pasado. Otros naturalistas, como Jean-Baptiste Lamarck, empezaron a proponer teorías que, aunque aún no totalmente evolutivas, sugerían que las especies podían adaptarse o transformarse con el tiempo. Sin embargo, estas ideas todavía no lograban desplazar completamente la visión fijista, debido en gran parte a su fuerte arraigo en las interpretaciones religiosas y a la falta de evidencia concreta de transformaciones graduales.
El participo de Darwin en este contexto fue esencial para abrir puertas a una revisión de las ideas tradicionales. La publicación de su obra en 1859, El origen de las especies, marcó un punto de inflexión en la historia del pensamiento científico. Darwin presentó por primera vez una explicación basada en la selección natural, que demostraba cómo las especies podían cambiar a lo largo del tiempo por mecanismos naturales. A partir de entonces, la afirmación de que las especies eran inmutables perdió sus fundamentos sólidos y empezó a debilitarse con cada nuevo hallazgo científico.
La caída del fijismo y la llegada de la teoría evolutiva

El impacto de Darwin y su teoría de la evolución por selección natural fue profundo y duradero. A partir de su publicación, el fijismo dejó de ser la visión predominante en la comunidad científica y cultural, aunque todavía encontró resistencia en sectores religiosos y conservadores. La evidencia fósil adquirió un valor mucho mayor, ya que demostraba que en diferentes épocas la Tierra contenía formas de vida que no estaban presentes en la actualidad, indicando que las especies podían transformarse o desaparecer a lo largo del tiempo.
Asimismo, otros campos de estudio, como la anatomía comparada, la embriología y la génesis de las ideas genéticas, aportaron datos que reforzaban la teoría evolutiva y ponían en entredicho la idea de que las formas de vida eran inmutables. La genética, que surgió posteriormente en el siglo XX, confirmó mediante mecanismos moleculares cómo las mutaciones y las selecciones pueden producir cambios en las especies, consolidando la idea de que el fijismo era una hipótesis insostenible desde un punto de vista científico.
El declive del fijismo no fue instantáneo, sino que ocurrió gradualmente a lo largo del siglo XIX y principios del XX, a medida que los hallazgos científicos y las teorías evolucionistas fueron ganando terreno. Hoy en día, el fijismo es considerado una postura desfasada que carece de respaldo en la ciencia moderna, aunque todavía existen corrientes que prefieren conservar ideas antiguas por motivos religiosos o filosóficos. La amplia evidencia fósil, la genética y la biología evolutiva consolidan la concepción de que la vida en la Tierra ha cambiado radicalmente a lo largo del tiempo, rompiendo con la idea de que las especies permanecen inalterables en su forma original.
La persistencia del fijismo en la cultura y la religión
A pesar de la evidencia científica que discrimina claramente la teoría fijista, su influencia no se ha extinguido por completo. Existen comunidades y sectores religiosos que, por motivos doctrinales, continúan defendiendo la idea de un orden divino inmutable y resisten el concepto de evolución. Para estos grupos, la creencia en especies permanentes forma parte de su cosmovisión y su interpretación de los textos sagrados, que consideran palabra revelada y, por tanto, incuestionable.
Por otro lado, algunos pensadores y académicos han abogado por una coexistencia entre ciencia y religión, promoviendo una visión que permita aceptar ciertos aspectos de la creación y la inmutabilidad, aunque en general, la comunidad científica sostiene que la teoría fijista no puede sostenerse frente a las evidencias acumuladas en diferentes disciplinas. La resistencia al cambio en ideas tan arraigadas ha retardado en algunos casos la aceptación de las ideas evolutivas en ciertos ámbitos educativos y culturales, promoviendo una visión dualista que aún hoy genera debates y controversias.
No obstante, en la mayoría de las instituciones académicas y científicas modernas, la idea de que las especies son inmutables ha sido abandonada y reemplazada por la teoría evolutiva aceptada universalmente. La paleontología, la biología molecular, la genética y muchas otras ciencias apuntalan la concepción de que las formas de vida han experimentado cambios significativos en su historia y permanecen sujetas a un proceso dinámico y natural de transformación durante millones de años. La perspectiva vivida en la actualidad es que la vida en la Tierra no es estática, sino un sistema en constante cambio y adaptación, en marcado contraste con las pretensiones del fijismo.
Conclusión
La teoría fijista fue en su tiempo una explicación coherente con las creencias religiosas y la limitada evidencia científica disponible. Durante siglos, proporcionó un marco en el que las especies eran consideradas inalterables, reflejando la percepción del orden divino en la naturaleza. Sin embargo, a medida que la ciencia avanzó, especialmente en los siglos XVIII y XIX, nuevas evidencias fósiles, el desarrollo de la anatomía comparada y, finalmente, la genética, refutaron de manera contundente esta postura. El fijismo fue progresivamente desplazado por la teoría de la evolución, que explica la transformación de las especies a través de mecanismos naturales y acumulativos.
Hoy en día, la mayoría de los científicos aceptan la evolución como la explicación más plausible sobre el origen y la desarrollo de la biodiversidad en nuestro planeta. La resistencia al fijismo responde en buena medida a cuestiones culturales y religiosas que buscan mantener una explicación estática de la vida, en contraste con las evidencias científicas abundantes. La historia del fijismo, por tanto, es un ejemplo del proceso de avance del conocimiento humano, donde las ideas obsoletas son sustituidas por teorías fundamentadas en la evidencia, permitiendo así una comprensión más profunda y dinámica de nuestro mundo y sus especies.
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